"Cuando salía del templo, uno de sus discípulos le dijo: Maestro, ¡mira qué piedras y qué edificios! Y Jesús le dijo: ¿Ves estos grandes edificios? No quedará piedra sobre piedra que no sea derribada" (Marcos 13:1-2 BA)

Una nueva oportunidad en la vida.

Algo está muy mal cuando la iglesia local rechaza a una persona aceptada por Jesús: cuando la sentencia dura rechaza a los homosexuales; cuando el divorciado no puede participar de la comunión; cuando al niño de la prostituta se le niega el bautismo; cuando al sacerdote disidente se le niegan los sacramentos. Jesús viene para los pecadores, aun el domingo por la mañana. Su venida termina con el pecado y nos hace valiosos ante sus ojos. Si no comprendemos esto, estaremos poniendo en el corazón del cristianismo una preocupación necia y alejada de Dios, relacionada con las obras del ser humano.

Jesús se sentó a la mesa con quien quisiera estar allí, incluyendo a los que habían sido echados de hogares decentes. Al compartir la comida, recibieron consideración en lugar de la esperada condena. Un perdón misericordioso, en lugar de un apurado veredicto de culpables. La gracia sorprendente, en lugar de la desgracia universal. Aquí hay una demostración práctica de la ley de la gracia: una nueva oportunidad en la vida.

Toda iglesia que no acepte que consiste de hombres y mujeres pecadores, y que no exista para ellos, implícitamente está rechazando el evangelio de la gracia. Como dice Hans Küng:
«No merece ni la misericordia de Dios ni la confianza de los hombres. La iglesia debe estar siempre al tanto de que su fe es débil; su conocimiento, imperfecto; su profesión de la fe, poco convincente; y debe reconocer que no hay pecado o defecto del que no haya sido culpable en uno u otro modo. Y a pesar de que es cierto que la iglesia debe siempre apartarse del pecado, jamás tendrá excusa para distanciarse de los pecadores. Si la iglesia se considera demasiado perfecta, alejada de los defectos, de los no religiosos y los inmorales, ni siquiera puede justificar su entrada al Reino de Dios. Pero si se mantiene permanentemente despierta ante su culpa y su pecado, podrá vivir en gozoso conocimiento del perdón. Se le ha prometido que todo quien se humille será exaltado».

A menudo, vemos entrar el domingo por la mañana a gente con muletas: pecadores que aún no pueden descartar su falso apoyo y ponerse de pie con la libertad de los hijos de Dios. Pero su mera presencia en la iglesia un domingo por la mañana es la llamita de la vela que representa el deseo de mantenerse en contacto con Dios. Si soplamos y apagamos su vela, los sumergimos en un mundo de oscuridad espiritual.

Hay un mito que florece en la iglesia de hoy, causante de un daño incalculable: una vez que somos conversos, plenamente conversos. En otras palabras: una vez que acepto a Jesucristo como mi Señor y Salvador, aparece un futuro irreversible y libre de pecado. El discipulado será una historia de éxito inmaculada; la vida será una espiral ascendente hacia la santidad. Díganle eso al pobre Pedro, que después de profesar su amor por Jesús tres veces, y después de recibir la plenitud del Espíritu en Pentecostés, seguía celoso ante el éxito apostólico de Pablo.

Se me ha preguntado muchas veces: «Brennan ¿cómo es que te volviste alcohólico después de ser salvo?» Fue posible porque me golpeó y me hirió la soledad y el fracaso, porque me sentí desalentado, con incertidumbre, con culpa, y porque aparté la vista de Jesús. Porque el encuentro con Cristo no me convirtió en ángel. Porque la justificación por gracia a través de la fe significa que he iniciado una relación adecuada con Dios, no que me convertí en el equivalente a un paciente anestesiado en la sala de operaciones.

Queremos una espiritualidad siempre alerta (que empuje y atraiga, que tire y af1oje), y buscamos cultivar una virtud en particular en un momento dado. La prudencia en enero, la humildad en febrero, la fortaleza en marzo, la templanza en abril. Se nos da puntos por cada paso hacia adelante, y se nos restan puntos por cada derrota. Las pérdidas debieran reducirse si uno espera encontrar caridad en mayo, porque mayo parece no llegar nunca. Para muchos cristianos, la vida es un largo enero.

Según una antigua leyenda cristiana, un santo se arrodilló y oró: «Querido Dios, sólo tengo un deseo en la vida. Dame la gracia de nunca volver a ofenderte». Cuando Dios oyó esto, comenzó a reír: «Eso es lo que todos piden. Pero si se lo otorgara a todos, dime, ¿a quién podría perdonar?»

Manning, Brennan. El Evangelio de los andrajosos. Casa Creación : Lake Mary, Florida, 2004 
(ed. ing. 2000). pp.27-29 .
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