"Cuando salía del templo, uno de sus discípulos le dijo: Maestro, ¡mira qué piedras y qué edificios! Y Jesús le dijo: ¿Ves estos grandes edificios? No quedará piedra sobre piedra que no sea derribada" (Marcos 13:1-2 BA)

El evangelio de la Gracia

La Buena Nueva es que podemos dejar de mentirnos. El dulce sonido de la sorprendente gracia nos salva de la necesidad del engaño propio. Nos preserva del hecho de negar que aunque Cristo triunfó, la batalla contra la lujuria, la codicia y el orgullo sigue desarrollándose dentro de nosotros. Como pecador redimido, puedo reconocer que a menudo soy poco amoroso, irritable, iracundo y resentido hacia quienes más cerca están de mí. Cuando voy a la iglesia puedo dejar mi impoluta vestidura en casa, y admitir que he fallado. Dios no sólo me ama tal como soy, sino además, me conoce como soy. A causa de esto no necesito cosméticos o maquillaje espiritual para estar presentable en su presencia. Puedo aceptar que poseo mi pobreza, mi falta de poder, mi necesidad.

Como dice C. S. Lewis en The Faur Laves [Los cuatro amores]: «La gracia suple nuestra completa, ingenua y deliciosa aceptación de nuestra necesidad, es el gozo de la total dependencia. El hombre bueno lamenta los pecados que han aumentado su necesidad. No lamenta la nueva necesidad que han producido».

Al aceptar el evangelio de la gracia, algo comienza a funcionar excelentemente bien. Vivimos en verdad y realidad. Cuando soy honesto y sincero, admito que soy un manojo de paradojas. Creo y dudo, espero y desespero, amo y odio, me siento mal por sentirme bien, me siento culpable por no sentir culpa. Soy confiado y desconfiado. Soy sincero pero igualmente, a veces doy vueltas y juego un poco. Aristóteles dice que soy un animal racional. Yo digo que soy un ángel con una increíble capacidad para llenarme de cerveza.


Vivir por gracia significa reconocer la historia de mi vida, completa, con sus lados oscuros además de los brillantes. Al aceptar mi lado oscuro aprendo a saber quién soy y lo que significa la gracia de Dios. Como dice Thomas Merton: «Un santo no es quien es bueno, sino quien vive la bondad de Dios».

El evangelio de la gracia anula nuestra adulación a los evangelistas por televisión, las superestrellas carismáticas y los héroes de nuestras iglesias locales. Elimina la teoría de las dos clases de ciudadanos que se sostiene y opera en tantas iglesias de Norteamérica. Porque la gracia proclama la impactante verdad de que todo es regalado. Todo lo bueno es nuestro, no por derecho, sino a causa de la abundante generosidad de un Dios de gracia. 

Y aunque habrá mucho que hayamos ganado con esfuerzo -un título universitario, nuestro salario, nuestra casa y jardín, una cerveza y una noche de buen dormir- todo esto es posible sólo porque se nos ha dado tanto: la vida misma, ojos que ven, manos que tocan, una mente para pensar, un corazón que late con amor. Se nos ha dado a Dios en el alma, y a Cristo en la carne. Tenemos el poder de creer, cuando otros niegan; de tener esperanza, cuando otros desesperan; de amar, cuando otros hieren. Esto y tantas otras cosas son un regalo; no son recompensa a nuestra fidelidad, a nuestra disposición generosa, a nuestra heroica vida de oración. Hasta nuestra fidelidad es un regalo: «Si nos volvemos a Dios, eso en sí mismo es un regalo de Dios», dice San Agustín. Al conocerme a mí mismo, veo que Jesucristo me ama profundamente, y que no he hecho nada para ganar ni para merecer su amor.

La Buena Nueva del evangelio de la gracia nos dice a gritos: ¡Todos somos iguales, privilegiados, todos somos mendigos sin derecho propio, a las puertas de la misericordia de Dios!
Además, como observa Henri Nouwen, la mayor parte de la obra de Dios en el mundo quizás pase desapercibida. Hay una gran cantidad de personas que llega a ser reconocida y famosa por su ministerio, pero gran parte de la actividad salvadora de Dios en nuestra historia puede pasar desapercibida por completo. Este es un misterio difícil de entender en una era que adjudica tanta importancia a la publicidad. Solemos pensar que cuanta más gente sepa y hable sobre algo, tanto más importante ha de ser.  Pablo escribe en Efesios: «Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe» (2:8-9).

Y la gracia clama: No eres solamente un pobre y desilusionado viejo que pronto morirá, ni una mujer de mediana edad desesperada por un empleo que la tiene atrapada, ni un joven que siente que el fuego en su interior se está enfriando. Quizás seas inseguro, inepto, gordo o esté equivocado. La muerte, el pánico, la depresión y la desilusión pueden estar cerca de ti. Pero no eres sólo eso. Eres aceptado. Jamás confundas tu percepción de ti mismo con el misterio de que en verdad eres aceptado.

Pablo escribe: «Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo» (2 Corintios 12:9). Sean cuales fueren nuestros defectos, no necesitamos bajar la vista en presencia de Jesús. A diferencia de Cuasimodo, el jorobado de Notre Dame, no necesitamos ocultar lo feo y repulsivo que hay en nosotros. Jesús no viene para el súper-espiritual, sino para el débil, el enclenque que sabe que no tiene nada a favor, que no es demasiado orgulloso como para aceptar lo que regala la gracia. Al mirar hacia arriba, nos sorprende encontrar los ojos de Jesús abiertos, maravillados, comprendiendo y mirándonos con gentil compasión.

Como la salvación es por gracia a través de la fe, creo que en la incalculable cantidad de personas de pie ante el trono, trente al Cordero, llevando vestiduras blancas y hojas de palma en sus manos (Apocalipsis 7:9), 
  • veré a la prostituta del Rancho Kit-Kat de Carson Cíty, Nevada, que me dijo llorando que no podía encontrar otro empleo para mantener a su hijo de dos años. 
  • veré a la mujer que abortó y se ve perseguida por la culpa y el remordimiento, pero que hizo lo que pensó mejor ante las terribles alternativas que tenía delante; 
  • veré al ejecutivo perseguido por las deudas, que vendió su integridad en una serie de desesperadas transacciones; 
  • al clérigo inseguro adicto a la popularidad, que jamás desafió a su gente desde el púlpito, esperando amor incondicional; 
  • al adolescente abusado sexualmente por su padre que hoy vende su cuerpo en la calle y que cada noche antes de dormir susurra el nombre del desconocido Dios de quien le hablaron en la Escuela Dominical; 
  • al converso en su lecho de muerte que durante décadas comió toda la torta, rompió todas las leyes divinas y humanas, y disfrutó de la lujuria y devastó la tierra.
«¿Pero cómo es esto?», preguntamos. Entonces la voz dice: «Lavaron sus vestiduras y las volvieron blancas en la sangre del Cordero».

Allí están. Allí estamos... la multitud que tanto quería ser fiel, que a veces se vio derrotada y ensuciada por la vida, superada por las pruebas, vistiendo ropas ensangrentadas por las tribulaciones de la existencia, pero que a pesar de todo, se aferraron a la fe.

Mis amigos, si esto no les suena a Buena Nueva, entonces jamás han entendido el evangelio de la gracia

Manning, Brennan. El Evangelio de los andrajosos. Casa Creación : Lake Mary, Florida, 2004 
(ed. ing. 2000). pp.23-29 .
Puede ver el artículo completo AQUÍ.

No hay comentarios:

Publicar un comentario