"Cuando salía del templo, uno de sus discípulos le dijo: Maestro, ¡mira qué piedras y qué edificios! Y Jesús le dijo: ¿Ves estos grandes edificios? No quedará piedra sobre piedra que no sea derribada" (Marcos 13:1-2 BA)

La Inspiración y la Autoridad de la Santa Escritura - Herman Ridderbos

Al hablar acerca de la autoridad de las Escrituras, uno tiene que distinguir agudamente desde el principio entre esta autoridad en sí misma y nuestra doctrina sobre la Escritura, su autoridad, infalibilidad y todas las cualificaciones y conceptos concernientes a la Santa Escritura que han procedido de la reflexión y discusión teológicas a través de los años. La Biblia misma no ofrece una doctrina sistemática de sus atributos, de la relación en ella de lo divino y lo humano. Su punto de vista es diferente al de la teología.

Esto no significa, por supuesto, que la Biblia no tenga nada que decir acerca de su autoridad e infalibilidad. La autoridad de las Escrituras es la gran presuposición de toda la predicación y doctrina bíblicas. Esto se ve más claramente por la manera en que el Nuevo Testamento habla acerca del Antiguo Testamento. Aquello que aparece en el Antiguo Testamento se cita en el Nuevo Testamento con fórmulas como “Dios dijo”, “el Espíritu Santo habló”, y así sucesivamente (cf., por ejemplo, Hechos 3:24, 25; 2 Cor. 6:16; Hechos 1:16). Lo que “Dios dijo” y “el Espíritu Santo habló” es la misma cosa. Esto “indica una cierta confusión en el discurso actual entre ‘Escritura’ y ‘Dios’, la consecuencia de una convicción profundamente arraigada de que la palabra de la Escritura es la Palabra de Dios. No fue ‘la Escritura’ la que habló a Faraón (Rom. 9:17) o la que dio su gran promesa a Abraham (Gál. 3:8), sino fue Dios mismo. Pero ‘Escritura’ y ‘Dios’ yacen tan juntas en las mentes de los escritores del Nuevo Testamento que ellos podían naturalmente hablar de ‘la Escritura’ haciendo lo que la Escritura misma registra que Dios hace” (B. B. Warfield). Y esto naturalmente implica autoridad. “Está escrito” (griego, gegraptai) en el Nuevo Testamento pone fin a toda contradicción.

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